¿De dónde viene la obra? ¿Qué azar, qué ínfimo episodio dará comienzo a la cadena de la creación? (...) No escribiré más sobre iluminaciones porque son muy misteriosas y porque yo no las entiendo más de lo que puedan entenderlas mis lectores. Me fascinan, eso es todo.

domingo, 9 de julio de 2017

A LAS CUCARACHAS LES GUSTA LA MADRUGADA.




Cuando era pequeña, una cucaracha entró volando por la ventana de mi cuarto y se estrelló contra mi frente. Yo vivía en una casa de planta baja, cerca del mar.
Con los años fui desarrollando una especie de superpoder que consistía en intuir la presencia de las señoritas nocturnas. En la oscuridad, era capaz de oír el fru frú de sus excursiones por las habitaciones. Si habían conectado un aparato de ultrasonido, oía su aleteo desesperado, su agonía bajo mi cama.
Durante años me libré de ellas, porque huí a un clima más frío y seco. Pero, al final, regresé a la costa. Ellas volvieron a mi vida.
Aprendí a matarlas  de forma discreta, con la luz de la linterna de mi móvil y un único golpe certero –para que mi hija de cinco años no se despertase con el jaleo-. Aprendí que la eficacia residía en el hecho de no tener miedo, de vencer el asco.
Luego conocí los textos de la escritora rusa Anna Starobinets, que en uno de sus cuentos planteaba una hipótesis terrorífica y genial. Una familia decide que, para que una especie se extinga, tiene que ser porque el ser humano la consuma. Así ha sido siempre. Y por qué no iba a cumplirse esa premisa con las cucarachas. Deciden, pues, consumirlas. Cocinarlas. Incluirlas en la dieta.
Wall-E tenía una amiga cucaracha biomecánica. Era encantadora.
Luego está Gregor Samsa, aunque quizá él era más bien un escarabajo (los escarabajos son divertidos).
La cuestión es que la cucaracha resulta ser una criatura de lo más literario. Cada una de ellas encierra en sí misma una pequeña historia de terror.