Como tú misma dijiste:
La calle Sand de Brooklin siempre me trajo dulces recuerdos, impregnada como estaba de las memorias de Walt Whitman y Hart Crane, y fue en un bar de la calle Sand, en compañía de W. H. Auden y de George Davis, donde vi a una pareja extraordinaria, que me fascinó. Había una mujer alta y fuerte como una giganta y, pegado a sus talones, un jorobadito. Los observé una sola vez, pero fue al cabo de unas semanas cuando tuve la iluminación de La balada del café triste. Su bendita luz hizo que me pusiera de nuevo a escribir.